Hoy es Domingo de Pasión. En nuestra casa era el domingo más importante del año. Acudíamos hasta San Cayetano muy de mañana. Enós aparcaba el 127 en Manifestación y ya en la plaza lo perdíamos de vista, mezclado con sus amigos de la Piedad. De la mano de mi madre entrábamos en la iglesia y nos situábamos en una de las naves. Los bancos estaban muy cotizados. Toda una generación recordamos el suelo de madera y el frío, ese frío tenue que te obligaba a llevar puesto el abrigo, un frío que sigue pintarrajeando los recuerdos. Era también el día en que los tambores retumbaban en las naves de la iglesia: todos los niños queríamos ser uno de esos tambores, rozar la piel de uno de aquellos bombos. Más. Más y más redobles. Que no dejasen de sonar. Guardábamos como reliquia el obsequio que te entregaban tras depositar la tarjeta de asistencia y la limosna. Una moneda de veinticinco, una moneda de cincuenta pesetas. Una moneda de cincuenta pesetas, lo cuenta Manolo Vilas en su última novela, ‘era grande y daba seguridad, con esa moneda podías ir tranquilo por la vida, garantizaba comprar unas cuantas cosas’.
Y de Las Murallas o alguna tasca de los alrededores, a la plaza del Pilar a escuchar a los chicos del ruido. Así era la Semana Santa de los primerísimos ochenta. Los tambores eran cosa de los chavales. Los mayores no atisbaban que aquellos chicos del ruido eran un tsunami que terminaría por derribar puertas y ventanas. El Domingo de Pasión era domingo de concurso, domingo de orgullo si ganaban y de tristeza inconsolable si perdían. La ingenuidad infantil, el amor a una pasión que podía consumirte.
Escribo de un mundo que a los más jóvenes les sonará a historias de otro planeta. La memoria es así, fraccionaria, esquiva. Una mañana abre uno de sus cajones y otro Domingo de Pasión recuerda la forma de aquellas bandejas de mimbre que recogían la colecta, las manos de aquellos cofrades de la vieja hora que las portaban y pasaban banco por banco con una leve sonrisa, su medalla al cuello, hombres aferrados a una devoción sincera, a una misión en la vida, hombres de aquella Piedad. Los más jóvenes, hoy, escribirán sus propios recuerdos de este domingo.
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