En 1997, cuando Redobles editó su primer número, no existían la petalada del Martes Santo en la puerta del Portillo. Mudá era un sustantivo todavía no acuñado en nuestro diccionario. Los Ministriles, una quimera. No había niños costaleros a la vera de La Seo ni una niña manola por las calles del Gancho. Las bandas de música sonaban a reminiscencia del pasado: bombos y tambores eran casi omnímodos. Nadie se atrevía a teñir de morado la fachada de San Cayetano. La calle Alfonso I era de asfalto y alquitrán. El traslado del Cristo de la Cama al Monumento, un acto íntimo. Algunos todavía no tomaban el tren el Lunes Santo por la mañana. De seguir huyendo, se habrán perdido una Semana Santa que en poco se parece a la de 1997, cuando todavía escogíamos carretes de 12, 24 o 36 exposiciones. De cuánto hemos cambiado escribo en el número 18 de Redobles. Echar la vista atrás para constatar que todos, absolutamente todos, lo estamos haciendo muy bien.
En 1997, cuando Redobles editó su primer número, no existían la petalada del Martes Santo en la puerta del Portillo. Mudá era un sustantivo todavía no acuñado en nuestro diccionario. Los Ministriles, una quimera. No había niños costaleros a la vera de La Seo ni una niña manola por las calles del Gancho. Las bandas de música sonaban a reminiscencia del pasado: bombos y tambores eran casi omnímodos. Nadie se atrevía a teñir de morado la fachada de San Cayetano. La calle Alfonso I era de asfalto y alquitrán. El traslado del Cristo de la Cama al Monumento, un acto íntimo. Algunos todavía no tomaban el tren el Lunes Santo por la mañana. De seguir huyendo, se habrán perdido una Semana Santa que en poco se parece a la de 1997, cuando todavía escogíamos carretes de 12, 24 o 36 exposiciones. De cuánto hemos cambiado escribo en el número 18 de Redobles. Echar la vista atrás para constatar que todos, absolutamente todos, lo estamos haciendo muy bien.
Comentarios
Publicar un comentario