Lo cuenta el que fuera -puedo equivocarme: siempre me equivoco- un buen Hermano Mayor, Enrique González, en el documental ‘Piedad. Una mirada’; un documental que tuve la oportunidad de dirigir junto a Alfonso Millán hace ya quince años. Quince años. Madre mía. La de cosas que han sucedido. Lo que resta por hacer.
Enrique desgranaba su experiencia como cabecero de la Virgen de la Piedad y explicaba ante la cámara -tiro de memoria- que a su paso por Manifestación o Alfonso tú crees que el público te está fotografiando, te está mirando a ti, pero no es cierto. El público, los fieles, la están fotografiando, la están mirando a ELLA. A Nuestra Señora de la Piedad. Eso encoge a cualquiera. A cualquiera que tenga la piel fina, los poros abiertos.
Lo corroboran cabeceros de otras hermandades con los que he charlado. En toda procesión, tras el sonido estruendoso de bombos y tambores se hacen las hachas, se hacen las Cruces In Memoriam, se hacen el silencio, la reflexión, la oración. Llegan los pasos. Solo un timbre, el sonido de una campana, de un martillo, rompe ese silencio. Y entre los fieles, entre el público, se extiende un silencio contagioso, un respeto, una manera de estar y de mirar. El público habla a su manera con las imágenes y estas les devuelven la mirada. Les confesamos nuestros errores, nuestros tropiezos, nuestras flaquezas, el polvo que acumulamos bajo la alfombra. Esa esperanza es el milagro que cada primavera concede nuestra Semana Santa. El público que llena e incluso colapsa nuestras calles durante nueve días es el contrapeso de la balanza a tanto trabajo, tantos ensayos, dedos ateridos, horas robadas a los estudios y al trabajo. Bendito público que nos sigue y es cordón umbilical que nos mantiene vivos. Por muchos años.
(La fotografía de hoy lleva la firma de mi amigo, amigo de todos, Jorge Sesé, fechada el Domingo de Ramos de 2007)
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