Dolorosa.


El pasado domingo, entrada la medianoche, recibí un whatssap de un muy querido amigo, significado y significante en la Piedad. ‘Fantásticos tus textos de estos días… sigo leyéndote’. Más allá de su generosidad, es muy fácil, tremendamente sencillo, escribir de lo que amas. Uno se adentra en la selva de su infancia provisto de machete y de ramajes y lianas caen sonetos dedicados a la Entrada, a los Nazarenos, a mi Piedad, a la Dolorosa, a las Siete Palabras, al Santo Entierro. A lo que vivimos, a unos años que seguirán coleando mientras respire. Es muy fácil enredarte en la belleza de la Dolorosa, la hermandad que encoge el aliento esta noche. A ella le debemos las primeras salidas nocturnas de la mano de mi padre cuando, todavía niños de EGB, nos encaminábamos al Encuentro en la iglesia de Santiago, cuando prolongábamos la noche hasta la madrugada porque no teníamos sueño. Esa noche, no. Esa noche la Dolorosa, sus tambores, su plata, su compostura, su orden, su savoir-faire, nos tenían apretujados en las aceras entre las gentes. No adorar a la Dolorosa es no interpretar la partitura de nuestra Semana Santa. Sin ella cojearíamos y con ella brillamos. Hoy es tiempo de abrazar a cuantos amigos habitan sus filas, a cuantos hoy rozarán con sus dedos su medalla, se santiguarán y pedirán a la Madre que en 2021 les traiga un milagro: un Miércoles Santo de rosa y fuego.


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