Domingo de Ramos.


Anda mi amigo Luis llenando de emoticonos tristes cada texto que publico. Luis es cofrade, uno de tantos. Luis está enamorado de su hábito, de su tambor, de una manera de entender la primavera. No busca cargos ni focos ni afanes: es feliz en la fila y columna que le toca ocupar en la formación. Luis lleva todo el confinamiento acongojado, contando los días que restan para que la procesión del Pregón tome Manifestación, para trasladar a su Cristín, para que la noche del Jueves, como él dice, Zaragoza sea blanca y roja. Una cuenta atrás que en esta primavera de tormento no tendrá final.

Esta mañana de domingo Luis se asomará a la ventana y suspirará. Desperdicio de sol. En días de pandemia y cientos de fallecidos, tal vez las procesiones no sean importantes, pero para muchos de nosotros -por supuesto, también para Luis- es lo más importante de las cosas que parecen no tener importancia. Este juego que es vivir nos ha puesto a prueba y nos ha robado la paradiña, el eterno, Hossana, la Calandina, esa mañana de domingo que nos ayuda, un año más viejos, a reconocernos en el espejo.


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