Humildad, eterna.


No. No dejes que suenen las notas de Caridad del Guadalquivir en tu equipo de música. Ni hablar de recrearte en el vídeo de la petalada. Nada de proyectar la levantá cuando Jesús de la Humildad avista el paño de la catedral ni de callejones oscuros por la Magdalena. No. Hoy, no. No, salvo que quieras llorar como un niño, sentir ese cosquilleo frío que sube por la espina dorsal hasta el cuello o imaginarte ya de vuelta hacia el convento, cansado pero feliz, buscando entre las sombras de Doctor Palomar el bamboleo de su palio. No intentes explicarlo al que no lo ha sentido. Otro Domingo de Ramos nos espera dentro de un año, y lo devoraremos como este virus nos ha enseñado: como si fuera el último.


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