Corre estos días por whatssap un archivo de audio. Asoma en nuestros teléfonos en plena noche, a la hora de la cena, el suplemento alimenticio que trata de aliviar la carencia vitamínica de las procesiones. Un diario escrito de prosa y de versos. Las palabras (y la voz) las pone Domingo Figueras, amigo, más que amigo para muchos de nosotros: referente, oráculo, cofrade cabal y sensato.
Proclama Domingo que hoy ante todo es tarde de Oración, de Cristo de los Transeúntes y de Lágrimas de Nuestra Señora. Una vez más tiene razón: el martes saltas de una a otra casilla tratando de aspirarlo todo, de embeberte de incienso para luego contarlo, de atrapar la belleza. Los labradores de ayer son hoy uno de los secretos mejor guardados de nuestra Semana Santa, un cóctel de brocados, banda, sección y pasado donde sin embargo nada falta y tampoco sobra. A ellos, y a esa masa de altos capirotes blancos que cuarenta y tres años después me sigue impresionando al avistarlos por el Coso, los echaremos de menos en esta Semana Santa atípica, disonante, desdichada.
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