Los Nazarenos.


He visto pocos ojos tan tan pero tan enamorados de su Nazareno como los de un nazareno. Qué les procura el agua bendita de San Miguel. Qué superpoderes les concede su túnica morada. Por qué sus cornetas rasgan los cortinajes del tiempo, por qué sus bombos resquebrajan a los descreídos. Cuando la Semana Santa eran apenas unas pocas procesiones -la Entrada, los Nazarenos, el Encuentro, la Piedad, las Siete Palabras y el largo paseo por el Mercado Central y el Coso- los Nazarenos eran nuestro caramelo del lunes. Salir de casa, ya de anochecida, para ir en su busca, era nuestro mejor regalo de Reyes. Abrimos las puertas de la edad adulta siguiéndolos por Reconquista y Heroísmo y de mayores apreciamos su hondura por Alfonso. Hoy tenemos que poner tiritas en sus corazones malheridos. Vendrán otros Lunes Santos y allí estarán, juncos salvajes, fieles para despedirlo a la puerta de San Cayetano. Y allí estaremos, sordos, ensordecidos, también enamorados.


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