Vuelvo a 1997. El año del Big Bang, el año en que empezó todo. Establecimos una ronda con todos los Hermanos Mayores de por aquel entonces. Con unos quedamos en sus despachos, con otros en bares, con algunos en sus sedes. El viejo Palacio de los Condes de Fuenclara había conocido tiempos mejores. Las bombillas del viejo cine, alienadas en su fachada y fundidas. Un cartel rotulado a mano anunciaba en la planta calle que allí tenía su sede la Cofradía de la Coronación de Espinas. En su primera planta, en el viejo Círculo Católico de Obreros, nos esperaba Santiago Gracia. Nos atendió, respondió a nuestras preguntas -preguntas inocentes de quienes todavía no se habían bregado en la edición-, nos enseñó su capilla. Lo que más recuerdo, el recuerdo que quedó incardinado ahí, fue que al retirar una sábana descubrió el busto coronado de espinas. Bajo una sábana.
Lo de la sábana y los toldos no era exclusivo de la Coronación. Quién no se ha sorprendido en el viejo almacén de San Vicente de Paúl al adivinar qué figuras se escondían tapadas sobre carromatos y peanas. Hoy, casi veinticinco años después, los usos han cambiado. Muchas de nuestras imágenes reciben culto en los altares y el cuidado hacia nuestro patrimonio se ha extremado. De todo ello -de lo que éramos ayer, de lo que somos hoy- escribo en el nuevo número de Redobles.
(Fotografía: César Catalán // archivo Redobles. Salida de la peana de la Coronación de Espinas la mañana del Jueves Santo 2000).
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